Unos más que
otros, pero todos vivimos bajo una serie de estereotipos que llevan guiando a
la humanidad desde tiempos inmemoriales, y son esos de ‘naces, creces, te
reproduces y mueres’. Obviamente, cada uno se los toma de una manera, pero hay
tres de ellos que son innegociables, y luego ya el de reproducirse va por
barrios.
Pero, con el
tiempo te das cuenta de que se espera de ti que cumplas otra serie de normas
sin las que, según muchos, no serás nunca feliz. O, lo que es peor, pensar que
conseguirlos te darán sí o sí la felicidad.
Error. Grave
error.
Hay una edad,
entre los 25 y 35, en la que la alargada sombra de estas ‘doctrinas’ empieza a
cernirse sobre ti, con frases como “a ver cuando sientas la cabeza, se te va a
pasar el arroz o yo a tu edad…”
Y no sólo de
los padres, que es lo de menos porque se amparan en que quieren lo mejor para
ti, y al final es algo comprensible que seguro todos acabaremos haciendo alguna
vez si somos padres. Es esta sociedad en la que vivimos la que te incita a
cumplirlos, porque somos expertos en eso de “consejos vendo, que para mi no
tengo.”
Desde pequeños
nos dicen qué es lo bueno y qué es lo malo dependiendo de si es aceptado o no
por la sociedad. ¿Acaso ser diferente o tener comportamientos distintos a la
mayoría nos hace ser menos felices? Sinceramente, lo dudo.
Las dos
principales ‘fuentes de felicidad’ según el mundo son tener pareja y trabajo.
Una vez que los consigues ya te has pasado la vida, has vencido al monstruo
final del videojuego y el resto es un camino de rosas… ¡Anda, a la mierda!, que
diría el gran Labordeta.
¿Acaso alguien
se pregunta si en dicho trabajo o en dicha relación somos realmente felices?
¿Si nos hemos aferrado a eso porque no teníamos otra cosa? ¿Si nuestro jefe o nuestra
pareja nos trata bien? ¿O si lo aguantamos porque ante la sociedad queda bien
decir que has “sentado la cabeza”?
Ejemplos hay
miles de gente que no tiene otra opción que coger ese trabajo explotador o de
empezar a salir con alguien simplemente por entrar en el círculo bueno de la
sociedad. Basta con preguntar en confianza para darse cuenta de que mucha gente
no está contenta con ninguna de esas partes de su vida, pero “es lo que hay.”
Y así,
conformándose, pasan largas temporadas, incluso vidas enteras sin hacer lo que
realmente les realiza como personas, cumpliendo los paradigmas de felicidad de
otros, pero no los propios.
“Nadie les
obliga a hacerlo” ó “pensar en cambiar eso es vivir en los mundos de Yupi” son
reacciones que ha habido, hay y habrá a estas reflexiones, pero no he
encontrado todavía a nadie que tras decir eso no acabe encontrando en su propia
vida algo que cumple porque la sociedad se lo impone.