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11 feb 2019

Las banderas no son la solución


Inicié este blog hace unos meses con la firme intención de no hablar sobre política, y en mi cabeza sigue siendo así, aunque pueda entenderse que con este post rompo esa norma. Más que de política, quiero que se entienda esto por el lado de los sentimientos, de la razón y del sentido común… Aunque no sea precisamente un experto en ninguno de los tres campos, pero esto no deja de ser una opinión personal.

24 horas después de lo que se vivió ayer en la Plaza de Colón sigo dándole vueltas, y no a las cifras (me da igual 45.000 que 100.000 personas), sino a los motivos que llevaron a esa gente a movilizarse y, sobre todo, a seguir a los dirigentes que convocaron dicha manifestación.
Vaya por delante que no me avergüenza decir que soy español vaya a donde vaya, aunque no lleve banderas encima ni llore cuando escucho el himno. Pero sí reconozco que siento algo de rabia y, por qué no decirlo, vergüenza cuando veo a tanta gente guiarse por los sentimientos que le provoca una bandera, en este caso la de España, aunque hay muchos casos similares.

Para mi, las banderas son motivos de orgullo si no esconden innumerables miserias como es el caso de la nuestra, pues no está mal recordar que España ocupa el puesto 38 del ranking de educación mundial, es el segundo de Europa con mayor tasa de abandono escolar, es el 42º del mundo en transparencia de sus políticos, tiene al 31,3% de sus niños(2.610.370) en riesgo de pobreza o exclusión social, es el tercer país europeo en desigualdad por detrás de Rumanía y Bulgaria… Y muchos datos más que demuestran que hay prioridades que atender antes que una bandera.

Tampoco quiero pasar por alto que otro de los motivos por los que se convocó esta manifestación es porque había habido un intento de acercamiento en el tema Cataluña, es decir, que iban a hablar. Simplemente eso. Nadie había aceptado ninguna condición ni ningún referéndum, nadie se había bajado los pantalones ante nadie, simplemente su buscaba hablar, algo que no debería ser raro en una democracia y que deberíamos practicar mucho más, especialmente esos que mandan y “supuestamente” quieren el bien común y no el beneficio personal.

Precisamente, en Cataluña ocurre algo muy similar respecto al tema de banderas y sentimientos de nación, y al igual que ayer en Colón, no son mayoría pero sí son los ruidosos. En ese caso, mucha gente sigue a unos líderes que esconden bajo una nación imaginaria sus vergüenzas, sus realidades y sus mentiras. Han encontrado en la bandera un filón para conseguir adeptos y hacerles vivir de ilusiones, sabiendo que si en algún momento los ciudadanos despiertan del sueño se les habrá acabado el chollo.

Esto no es nada nuevo, pues recurrir al sentimiento de nación y unidad es algo que se viene haciendo desde hace muchos siglos y que es de los primeros puntos que debe aprenderse un político si quiere triunfar. No digo si quiere ser buen político, no, digo si quiere tener éxito personal, que es lo que, por desgracia, la mayoría buscan. Pero claro, toda teoría patriótica conlleva la presencia de un enemigo, porque sin enemigo no hay bandos, y sin bandos no hay triunfadores. Da igual que no tengas un proyecto político que solucione los principales problemas del país, si consigues que la gente compre tu discurso de patriota y se lance a protestar contra los que quieren “romper tu país”, ya tendrás mucho ganado.

No seré yo el que critique que la gente se eche a la calle para protestar, lo único que pretendo es que se haga para solucionar esos datos dramáticos de los que muchos nos avergonzamos, pero no veo calles llenas cuando día tras día salen nuevos casos de corrupción, o cada vez que jóvenes españoles se tienen que buscar la vida fuera porque aquí no hay trabajo para ellos, o cuando las leyes de educación cambian al gusto de cada gobierno, o cuando los hospitales están faltos de recursos para atender a los ciudadanos… Ahí nos llevamos las manos a la cabeza pero en silencio, en nuestra casa, ni siquiera en las urnas (también cuesta encontrar alguien a quien votar que no siga esas tristes directrices políticas).
Eso sí, que no nos toquen la bandera ni la unidad nacional porque entonces sí que la armamos. Pues qué pena, oiga. Qué pena.