Inicié este blog hace unos meses con la
firme intención de no hablar sobre política, y en mi cabeza sigue siendo así,
aunque pueda entenderse que con este post rompo esa norma. Más que de política,
quiero que se entienda esto por el lado de los sentimientos, de la razón y del
sentido común… Aunque no sea precisamente un experto en ninguno de los tres
campos, pero esto no deja de ser una opinión personal.
24 horas después de lo que se vivió ayer
en la Plaza de Colón sigo dándole vueltas, y no a las cifras (me da igual
45.000 que 100.000 personas), sino a los motivos que llevaron a esa gente a
movilizarse y, sobre todo, a seguir a los dirigentes que convocaron dicha
manifestación.
Vaya por delante que no me avergüenza
decir que soy español vaya a donde vaya, aunque no lleve banderas encima ni
llore cuando escucho el himno. Pero sí reconozco que siento algo de rabia y,
por qué no decirlo, vergüenza cuando veo a tanta gente guiarse por los
sentimientos que le provoca una bandera, en este caso la de España, aunque hay
muchos casos similares.
Para mi, las banderas son motivos de
orgullo si no esconden innumerables miserias como es el caso de la nuestra,
pues no está mal recordar que España ocupa el puesto 38 del ranking de educación mundial, es el segundo de Europa con mayor tasa de abandono escolar, es
el 42º del mundo en transparencia de sus políticos, tiene al 31,3% de sus niños(2.610.370) en riesgo de pobreza o exclusión social, es el tercer país europeo
en desigualdad por detrás de Rumanía y Bulgaria… Y muchos datos más que demuestran
que hay prioridades que atender antes que una bandera.
Tampoco quiero pasar por alto que otro de
los motivos por los que se convocó esta manifestación es porque había habido un
intento de acercamiento en el tema Cataluña, es decir, que iban a hablar.
Simplemente eso. Nadie había aceptado ninguna condición ni ningún referéndum,
nadie se había bajado los pantalones ante nadie, simplemente su buscaba hablar,
algo que no debería ser raro en una democracia y que deberíamos practicar mucho
más, especialmente esos que mandan y “supuestamente” quieren el bien común y no
el beneficio personal.
Precisamente, en Cataluña ocurre algo muy
similar respecto al tema de banderas y sentimientos de nación, y al igual que
ayer en Colón, no son mayoría pero sí son los ruidosos. En ese caso, mucha
gente sigue a unos líderes que esconden bajo una nación imaginaria sus
vergüenzas, sus realidades y sus mentiras. Han encontrado en la bandera un
filón para conseguir adeptos y hacerles vivir de ilusiones, sabiendo que si en
algún momento los ciudadanos despiertan del sueño se les habrá acabado el
chollo.
Esto no es nada nuevo, pues recurrir al
sentimiento de nación y unidad es algo que se viene haciendo desde hace muchos
siglos y que es de los primeros puntos que debe aprenderse un político si
quiere triunfar. No digo si quiere ser buen político, no, digo si quiere tener
éxito personal, que es lo que, por desgracia, la mayoría buscan. Pero claro,
toda teoría patriótica conlleva la presencia de un enemigo, porque sin enemigo
no hay bandos, y sin bandos no hay triunfadores. Da igual que no tengas un
proyecto político que solucione los principales problemas del país, si
consigues que la gente compre tu discurso de patriota y se lance a protestar
contra los que quieren “romper tu país”, ya tendrás mucho ganado.
No seré yo el que critique que la gente
se eche a la calle para protestar, lo único que pretendo es que se haga para
solucionar esos datos dramáticos de los que muchos nos avergonzamos, pero no
veo calles llenas cuando día tras día salen nuevos casos de corrupción, o cada
vez que jóvenes españoles se tienen que buscar la vida fuera porque aquí no hay
trabajo para ellos, o cuando las leyes de educación cambian al gusto de cada
gobierno, o cuando los hospitales están faltos de recursos para atender a los
ciudadanos… Ahí nos llevamos las manos a la cabeza pero en silencio, en nuestra
casa, ni siquiera en las urnas (también cuesta encontrar alguien a quien votar
que no siga esas tristes directrices políticas).
Eso sí, que no nos toquen la bandera ni
la unidad nacional porque entonces sí que la armamos. Pues qué pena, oiga. Qué
pena.