Está claro que no somos máquinas y que
desde que nacemos tenemos multitud de fallos que, a medida que vamos creciendo,
tratamos de solucionarlos o de amoldarnos a ellos. Pero uno de esos grandes
fallos a los que más nos cuesta ponerle remedio es que no solemos estar
‘programados’ para estar solos, es decir, para encontrar la felicidad en
nosotros mismos sin depender de otros.
Desde pequeños se nos protege de una
manera que nos hace recurrir siempre a otra persona si hay cualquier problema,
o incluso aunque no haya ninguno, es importante tener a alguien que te cuide y
te proteja. Esto no es una crítica incitando a los padres a que dejen que sus
hijos crezcan como Mowgli en ‘El libro de la selva’, pero sí me hace pensar que
una vez que llegamos a ser adultos, no tenemos herramientas suficientes para
arreglárnoslas por nuestra cuenta, y eso nos lleva a buscar en los demás una
ayuda para sobrevivir.
Dicen que “ser feliz en soledad es la
clave para disfrutar de la compañía”, y es precisamente eso lo que hay que lograr,
disfrutar de esa compañía sin que sea una relación de dependencia, aunque
probablemente en muchos casos sea mutua.
Vivimos una época en la que nos da pánico
estar solos, y llegamos incluso a prostituir nuestro propio tiempo,
entregándoselo a cualquier persona con tal de sentir que estamos acompañados,
da igual si no te aporta nada o si incluso llega a ser tóxica para ti, porque
lo único que quieres es no estar a solas contigo mismo, porque hay miedo a lo
que nos podemos llegar a decir.
No hay que confundir el ‘aprender a estar
solo’ con volverse una persona solitaria, no tiene nada que ver. La diferencia
es que debemos aprender a querernos a nosotros mismos y ser capaces de filtrar
sobre nuestro entorno a la gente que realmente nos interesa tener cerca, y
diferenciarla de los que tenemos porque sí. Esta tarea no es fácil de llevar a
cabo, precisamente porque nadie nos ha enseñado a hacerla, pero cuando empiezas
a dedicar una parte del tiempo de tu vida a conocerte a ti mismo, los
resultados empiezan a verse.
Una vez, una psicóloga me pidió que
hiciera un círculo sobre cómo gestionaba y a qué o quién dedicaba mi tiempo, a
lo que yo respondí con sinceridad, dividiendo entre trabajo, amigos, deporte…
Su reacción fue rápida, y me dijo que eso estaba bien, pero que ¿dónde estaba
el tiempo para mi? Y creo que ha sido la vez que más me han dejado en fuera de
juego, porque yo pensaba que mi felicidad estaba repartida en todo ese círculo,
pero no podía estar más equivocado. Aquel círculo me hizo pensar mucho, y desde
luego es algo muy recomendable para que cualquier persona analice si su tiempo
lo tiene bien invertido, porque no es algo precisamente que nos sobre.
Cierto es que otro de los problemas que
tiene esta sociedad es el prejuicio de mirar como a un bicho raro a todo aquel
que exprese su deseo de pasar un rato a solas, porque ya le tachamos de autista
o de amargado si no sigue al resto de la manada. Pero estamos realmente
equivocados con eso, y es algo que nos sirve para cualquier tipo de relación, y
es que vuelvo a hablar de lo que ya dije una vez en este blog, que la gente ya
piensa que eres feliz si estás en una relación, porque has cumplido con lo que
esta sociedad espera de ti. Nadie te pregunta si eres feliz junto a esa
persona, lo dan por hecho, pero si no estás con nadie también dan por hecho que
eres infeliz y que ojalá encuentres a alguien pronto que te complete.
Y eso último nos lleva a otro tema del
que ya hablaré otro día, que es lo poco preparados que estamos para asumir el
fracaso. No somos capaces de gestionar que hemos fallado, que alguien nos ha
fallado o que nuestras expectativas no se han cumplido. Y solemos tratar de
refugiarnos en nuevas experiencias o nuevas personas para olvidar cuanto antes
esos fracasos, sin dar tiempo a aprender de ellos, con lo que es muy probable
que se repitan. Pero eso ya será otro cuento, hoy bastante tenemos con intentar
buscar la felicidad en nosotros mismos.